Cuando en el año 2014, la pequeña Zoe llegó al Hospital Eva Perón, en Argentina, tenía apenas 2 meses de nacida y los peores pronósticos médicos. No había hecho nada para merecer nacer con una hidranencefalia irreversible, una malformación cerebral, pero a sus escasos días de vida, su madre ya había decidido abandonarla, y se encontraba así, desprovista de lo único que la podía hacer sobrevivir: AMOR.
Sola en el mundo, sin poder ver, ni oír, sin movilidad ni en sus bracitos ni en sus piernitas, su destino era totalmente incierto.
Pero afortunadamente, junto a corazones de piedra como el de su madre, la vida se encarga de enviar ángeles sin alas. Y ese ángel fue Nuria Pérez.
Nuria, de 28 años en ese momento, trabajaba como enfermera en el área de neonatos, y la llegada de la bebé al hospital fue el inicio de un camino en el que jamás pensó aventurarse.
«Yo sabía que Zoe no tenía a nadie que se hiciera cargo de ella. Estuvo dos meses internada. Ya no entraba en la cuna cuando, pese a que habíamos solicitado que la llevaran a un hogar de tránsito, no había respuesta. Fue entonces cuando decidí presentarme en el juzgado para convertirme en su mamá y darle una familia», relata Nuria.
Fue una aventura de amor, que no sabe con precisión en qué momento comenzó. Lo que sí sabe es que ha sido una adopción que hizo posible una segunda oportunidad para las dos.
Ella, madre de un niño de 13 años, divorciada del padre del pequeño, necesitaba darle un rumbo a su vida, sentía que no tenía todavía un verdadero sentido… La pequeña, sin madre, con un pronóstico fatal de parte de los médicos. ¡Ambas se necesitaban!
Así, resuelta a convertir a Zoe en parte de su vida, convenció a su familia, les mostró fotos. La pequeña, en vez de tener sus dos hemisferios cerebrales, tenía dos pequeños sacos con líquido, su cabecita más grande de lo normal, su cuerpo más pequeño… Y que todos decidieran apoyarla, incluyendo su hijo Lázaro, fue maravilloso.
Los doctores les habían dicho que como máximo duraría un año de vida.
«No quería que atravesara todo eso sola. Que durmiera en una cama de hospital. Quería que sintiera el calor de los brazos haciéndole upa», detalla emocionada.
No era la primera vez que Nuria se encontraba con un recién nacido abandonado. Era la primera vez, sin embargo, que se encontraba con un bebé que, además, tenía un cupo limitado de vida… Y así decidió iniciar la adopción.
«Me presenté en el juzgado, me dieron las instrucciones y me convertí en su hogar de tránsito. Pasaron los primeros meses, Zoe llegó al año y fue un alivio seguir teniéndola entre nosotros. Después surgieron los miedos de que apareciera un adoptante, hasta que conseguí la guarda con fines de adopción».
En marzo de 2015, cuando Zoe estaba a punto de cumplir su primer año de vida, un miedo silencioso se apoderó de todos. Nada estaba dicho, pero según los médicos se aproximaba su final. Nuria dice que para ese entonces ya todos la adoraban y no concebían la vida sin la pequeña.
«Ella nos había enseñado a no perder el tiempo en enfados o en cosas pequeñas porque el tiempo es limitado”.
Al fin Zoe sopló su primera vela, y luego la segunda, la tercera… y la cuarta. ¡Un auténtico milagro!
«No fueron años fáciles», confiesa. Zoe tiene convulsiones a diario y ya estuvo internada cinco veces por problemas respiratorios.
En la familia se ocupan de sus pañales, de su alimentación por sonda, de rotarla para que su cuerpo no se atrofie. Además, tiene una válvula para drenar el líquido cefalorraquídeo de su cabeza.
Debido a que Nuria cubre un turno de 12 horas como enfermera, el tiempo en el que ella no está, sus padres, el pequeño Lázaro y su actual pareja se encargan de cuidarla en todo momento y velan porque sobre todo tenga todo el amor del mundo.
«Nosotros no tenemos una excelente posición económica pero vivo tranquila y estoy remodelando nuestro hogar. Adaptamos nuestra vida para que ella esté cada día más cómoda», dice Nuria.
Como los planes cambiaron radicalmente, la pequeña que solo viviría un año, desafió todos los pronósticos médicos. Ahora Nuria no quiere ser sólo su madre de corazón, sino su madre adoptiva de verdad.
En febrero Nuria consiguió la guarda preadoptiva y el trámite de adopción para convertirse legalmente en su mamá, ya está en marcha.
“No existe una manera perfecta de ser madre, somos como sentimos. No existe ser buena o mala madre, somos como nos sale. No existe ser madre de sangre o de corazón, somos como la vida nos deja ser. Gracias a mis niños por hacerme tan feliz”, publicó Nuria en su red social.
La familia, por su parte, se muestra orgullosa de los cambios que han obervado en la pequeña.
«Era una bebé que apenas se movía. No abría ni siquiera sus manos. Ahora si le hablamos nos sonríe. Nos identifica por la manera en que la abrazamos. Cada uno encontró la manera de conectarse con ella. Los médicos dicen que dentro de su cuadro, está bastante bien».
Hoy Nuria, a sus 32 años, está a punto de ser la madre adoptiva de Zoe y quiere crear conciencia en el valor que tiene la adopción de niños con discapacidad.
«No lo sabes en profundidad hasta que lo vives. Hay muchos niños que necesitan un hogar que supla en algo el terrible sufrimiento que marca sus corazones de por vida, el sentirse rechazados por los seres que los engendraron».
Zoe es el testimonio vivo del poder de las caricias, del valor de los cuidados y del compromiso de los padres por elección… Del mágico vínculo entre una madre y una hija, no creado por la sangre, sino por el amor.
¡No dejes de compartir este impresionante testimonio de AMOR, como pocos hay en nuestros días!