La pequeña Anabelle nació en Bacólod, una ciudad ubicada en la costa de Filipinas conocida como “La Ciudad de las Sonrisas”, pero irónicamente ni ella ni su familia habían sentido la alegría de sonreír.
Ella fue hija de un tercer matrimonio y nunca conoció a su padre, él estaba en prisión desde hace más de siete años tras ser acusado de la venta ilegal de drogas.
Anabelle era una niña que vivía con muchas limitaciones, compartía una diminuta habitación con sus seis hermanos, no podían suplir sus necesidades básicas. En su hogar no había acceso ni al agua potable ni al gas.
Cuando la niña cumplió dos años, el destino la sorprendió con una de las peores adversidades que una pequeña que necesita el refugio, la seguridad y el cuidado de su figura materna puede sufrir.
Su madre la vendió por 100 dólares a un grupo de traficantes, era obligada a pedir dinero en la calle para sus captores, quienes la despertaban muy temprano pegándole con palos en la cabeza para que llorara.
Después, la trasladaban a una esquina transitada para que las personas se conmovieran al ver sus ojitos llenos de lágrimas y su expresión de dolor, porque para los despiadados que la tenían secuestrada era muy importante que Anabelle inspirara lástima, y así podrían recaudar más dinero.
Definitivamente hay que ser desalmado para utilizar el dolor de un niño, sometiéndolo a torturas crueles para obtener sus propios beneficios, nunca me cansaré de afirmar que si tuviéramos una sociedad sin niños maltratados entonces el mundo sería pacífico, tolerante y compasivo.
La raíz de los problemas sociales que afectan al mundo es la violencia física y psicológica que reciben los niños atentando contra su autoestima y su inteligencia emocional.
Anabelle era víctima de los peores maltratos, además se aprovechaban de que padece Síndrome de Crouzon, una extraña afección genética que se conoce también como disostosis craneofacial congénita.
Esta enfermedad se asocia con malformaciones del cráneo, limita el desarrollo del cerebro y de la cara. También, produce que los ojos sobresalgan del rostro.
Para el grupo de criminales que tenía cautiva a Anabelle, ella era una de las preferidas, una mujer que simulaba ser su “madre” la acompañaba para engañar a las personas mientras la tenía entre sus brazos. Ella también era víctima de maltrato, había sido quemada varias veces para que la gente sintiera más empatía.
Las dos sufrían una horrible pesadilla de la que no podían escapar, hasta que el año pasado el destino de Anabelle cambió para siempre cuando fue rescatada por el equipo de Kalipay Negrense Foundation, una organización que alberga a más de 200 niños rescatados de mafias de traficantes.
Gonzalo Erize fue quien se convirtió en el héroe de Anabelle, este fue su testimonio:
“Cuando la vi por primera vez, sentí una profunda conexión con ella y su historia. La decisión de ayudarla ya era un hecho. Había que actuar. La niña necesitaba ayuda. El primer paso fue volar hasta la capital, Manila, para realizar los estudios correspondientes. Fueron días de pediatras, odontólogos y neurólogos: el diagnóstico de todos era unánime, había que operarla con urgencia”.
No fue fácil rescatarla, pero no estaban dispuestos a rendirse, Anabelle fue sometida a un procedimiento quirúrgico y el resultado fue favorable.
Finalmente su cerebro podrá desarrollarse adecuadamente y podrá tener una vida normal, ahora tiene espacio para sonreír, para vivir como una niña normal en medio del amor que se merece y con el cuidado de alguien que la ama y la protege, eso es lo único que necesita un niño para ser feliz.
Anabelle comenzó a asistir al colegio, colabora con la fundación y no sufre más dolores, el simple hecho de hacer los deberes para el día siguiente le ilumina el rostro de alegría.
Gonzalo se dedica a viajar por el mundo para ayudar a quienes están en situaciones críticas, así fundó una organización de personas solidarias que sienten la misma pasión y empatía que él por los más vulnerables. Su fundación se llama Saun Life.
Gonzalo recaudó dinero y utilizó sus ahorros para que Anabelle pudiera ser operada. “Las personas que estaban a cargo de Anabelle cuando fue rescatada me decían que se despertaba por las noches gritando recordando las pesadillas de su horrible pasado. Pero ahora yo estaría ahí para darle la oportunidad de tener una vida sin dolor, donde ella pudiera jugar y vivir dignamente”.
La pequeña antes no podía cerrar sus ojos para dormir, lo que la mantenía constantemente agotada.
Gonzalo estuvo acompañándola en todo el proceso de su recuperación, fue difícil pero asegura que todo el esfuerzo valió la pena porque ahora está completamente curada.
Es una historia inspiradora, la labor de Gonzalo y de su equipo es extraordinaria, pero con un pequeño gesto también podemos hacer una gran diferencia en la vida de alguien. Lo único que hace falta es la voluntad de ayudar, vivir atentos a las necesidades de quienes tenemos alrededor para ofrecer lo que tengamos a nuestro alcance.
Comparte este emotivo testimonio que nos hace recuperar la fe en la humanidad.